Taquicardia

jueves, mayo 18, 2006



Y mi corazón se acelera a mil por hora, siento ese sudor frío, mezcla de adrenalina y expectación. Cruzo la calle y la lluvia cae sobre mi montgomery sin mesura alguna. Nada peor que la actitud “escolar mojado”, ahora sólo falta que pase la micro y me llene de barro. Y mientras estas ideas tontas atormentan mi mente, mi vida se ha quedado en pausa. Miro alrededor y nadie se mueve, las gotas dejaron de caer, las minas de 3ro ya no gritan, la monja de la puerta quedó con la mirada puesta en la basta de mi falda y mi piercing de la ceja, el tío del furgón escolar no alcanzó a prender el motor y la Coni con su mirada perdida no pudo terminar de decirme que al final de toda esta fauna inmóvil estaba ÉL.ÉL, igual de mojado que yo, con sus lentes como cascada y la mirada más lejana que nunca. No lo veía desde el año pasado después de la fiesta de fin de año que organizamos con su colegio. Se veía horrible ese día, nunca ha tenido muy buen gusto, y si a eso se le suma las atrocidades que se hace en el pelo, da como resultado un completo loser. Pero no sé, es de esas personas que tienen ese “que se yo”.Me fascina, aunque lo vea sólo una vez a la semana desde la ventana de mi sala o en otras ocasiones en que tengo suerte, como ahora, puedo verlo desde unos cuantos metros.Play. Todo recobró movimiento como por arte de magia, la Coni me mira con esa cara de loca que pone cuando ve a alguien que le interesa y me ruega que vayamos a comprar chicles para ver al guapo chico tras el mostrador. No me niego, aunque cada vez me molesta más esto del clima invernal. Seguimos una conversación fluida mientras caminamos por la plaza, rodeadas de los “vecinos” del colegio de curas que deben volver a clases, saludamos por inercia, pero como siempre, ÈL se margina de toda actividad social y no mira a nadie, se limita a tomar su bolso café de cuero, sacar el exceso de agua de su chaleco azul roñoso y esquivar un charco al cruzar la calle.Me encuentro con mi pololo, ese que me acompaña desde 1ero medio y que me da pena dejar por nostalgia y costumbre. Me besa como lo ha hecho durante los últimos viernes de estos años de relación con un dejo de monotonía que odio pero obvio y toma mi mano. De pronto dejo de sentir esas molestas gotas. En efecto, mi novio ha traído un paraguas, “siempre alegas que te carga cuando se moja tu pelo”, me dice y acaricia mi mejilla. Lo miro con cara cómplice y pienso que diría en esta misma situación ese tipo tan extraño que se moja cual perro callejero en la vereda del frente, probablemente sería algo como “no alegues, el agua hace que tu pelo se vea aún mejor”.Dejo de caminar, ya hemos dejado atrás las 2 cuadras que separan mi colegio del de curas y mi pololo y ÉL deben volver a clases. Lo miro por última vez y vuelvo a sentir que el corazón se me sale por la boca, me tiritan las manos y mi cara se ha puesto roja como un tomate. “Mi amor, ¿te dejo el paraguas?”, salgo de mi estupor y veo a Diego con el objeto negro en una mano y mi mochila en la otra. Titubeo un momento mientras ÉL pasa detrás de mí novio y mi vida vuelve a quedar en pausa cuando percibo que me mira de reojo y con la mano se corre ese “jopo” tan mata pasiones que le cae sobre la cara. Ahora es tal la taquicardia que ni siquiera percibo la rapidez de mis latidos y no me doy cuenta que mi pololo aún me mira esperando su respuesta. “Eh, no mi amor, no te preocupes, hoy me di cuenta de que el agua no le hace tan mal a mi pelo”. Se ríe, me devuelve la mochila y me entrega un aburrido te amo con sabor a chicle de menta.

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