el regalo.

martes, septiembre 25, 2007

Siempre me gustaron los regalos. Me producía una indescriptible emoción rasgar el papel y tratar de adivinar que escondía, dilataba el momento de la verdad hasta que mis manos eran más ágiles y desnudaban el pequeño tesoro. Cuando era alguna fecha especial y tenía muchos me tomaba el tiempo de analizarlos antes de pensar siquiera en abrirlos. Después de un tiempo me hice experta en papeles, tipos de envoltura, cintas y las más diversas formas de rositas e incluso podía adivinar quien me había regalado qué sin siquiera sacar el scotch.
En mi casa, para navidad todos me pedían que envolviera sus regalos y que les pusiera algo especial. Así aprendí que a mi hermana le gusta el papel azul paquete de vela, que los obsequios de mis sobrinas debo distinguirlos con sus nombres, que a mi mamá le gustan las rosas simples y que la esposa de mi papá comparte mi gusto por los colores brillantes.
Pero no todo era felicidad y papelitos de colores en mi vida. Un día me enamoré sin previo aviso de un increíble y hermoso hombre que apareció una noche de luna llena. No sé de dónde salió. De pronto estaba sentada sola en la playa y un minuto después la noche se vio iluminada por los ojos más maravillosos que he visto. Él se sentó a mi lado sin pedir permiso y me habló de su vida, de filosofía, de libros, de la noche, de la luna, del aire, del mundo y de tantas cosas que no escuché por el extraño estado de hipnosis en el que me encontraba. Estaba tan encantada con su risa y sus palabras que olvidé preguntarle su nombre y si es que me lo dijo ya no lo recuerdo.
Una tarde llegó a mi casa. Tocó el timbre, abrí la puerta y todo pasó muy rápido : Me miró, lo miré, me besó, lo besé, me habló, no hablé, me preguntó, no respondí, me abrazó, lo abracé, tomó mi mano, no me solté, me llevó, me deje llevar, me sacó la ropa, saqué la suya, me hizo el amor, le hice el amor, me amó, lo amé, me hizo dormir, dormí, desperté y no estaba. En vez de su cuerpo, a mi lado encontré un paquete envuelto prolijamente en papel café, con una clásica cintita roja importada (probablemente china) en forma de rosa y un marcador de páginas sobre la almohada. En mi desesperación por no encontrarlo, tomé la ropa y corrí por el pasillo para ver si lograba alcanzarlo, pero se había ido sin dejar nada a su paso, excepto aquel misterioso regalo sobre la cama.
Esa mañana no me vestí, me quedé acostada examinando el paquete, único recuerdo de aquella extraña noche, única prueba de que él si estuvo aquí y que no fue una ilusión o un divague de mi mente truculenta. No me atreví a abrirlo, no fui capaz. Quizás si lo tocaba podía disolverse y si eso pasaba lo perdería todo, a él y a su regalo.
Después de un tiempo, el regalo se hizo parte de mi vida, lo dejé en un privilegiado lugar de mi habitación que miraba hacia el mar, lo acompañé de una planta, le compré un espejo para que no se sintiera solo y de vez en cuando le cantaba canciones de amor. Aunque le pregunté mil veces que era lo que ocultaba nunca obtuve respuestas, él se limitaba a decir que debía descubrirlo por mi misma y que si era paciente las respuestas llegarían pronto a mi corazón.
La espera se hizo un poco más llevadera gracias a la amistad que logramos entablar y comenzamos una vida en común sin mayores sobresaltos, hasta que 100 días después de su primera y única visita él volvió. Nuevamente tocó el timbre, abrí y todo fue muy rápido. Después de besarnos como dos adolescentes y hacer el amor al calor de esa cama que tanto lo extrañaba, tapó mis ojos con su mano y al oído me preguntó ¿Por qué nunca abriste el regalo?. Porque temía que se desvaneciera como tú, respondí. ¿Nunca te intrigó saber qué era? Sí, pero supuse que era un libro y con eso me bastó. Me miró con ternura, salió de la cama y tomó el regalo entre sus brazos. Lo dejó sobre mi vientre desnudo, me besó lentamente en la mejilla y dijo con voz dulce que me amaba y que tenía que aprovechar este momento, porque los amores condenados a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad en la tierra ...
Y ahí lo supe, supe que él era el amor de mi vida y que el Gabo descansaba dentro de la cárcel de papel.

Gracias por el regalo, dije.
De nada, respondió.

2 comentarios:

my sea dijo...

realmente, me mataste.


te amo.

Gabriela Mendoza dijo...

mari te leí !