Maruja : Capítulo Dos.

jueves, septiembre 13, 2007

Mi hermana era la niña mas desagradable que pisaba la tierra. Todos la recuerdan como una vieja chica que hacía todo tipo de preguntas capciosas y que además era mimada y mañosa. Pero eso no era un problema para la Maruja, ella sabía lo que era lidiar con niños malcriados, no por nada era profesora.
Muchos de los que leen o leerán este relato en el futuro creerán que estoy creando un falso ensalzamiento de una persona que como todas cometió grandes errores, pero para mí el único que cometió fue amar demasiado. No justifico los que pueden ser considerados como malos actos, pero sólo le recuerdo a todos los personajes de esta historia que mientras ella nos guió con su olor a anís nunca nos faltó un abrazo, una caricia o un simple plato de porotos con mazamorra.
A pesar de su pequeña figura era seleccionada de básquetbol de su colegio y nadie pensaría que esa mujer de baja estatura y grandes aspiraciones se casaría con un hombre de campo, trabajaría en una escuela y construiría con sus propias manos la casa de la familia. Luego de salir de la Normal, y ya casada, se trasladó con su marido y su hijo recién nacido a un terreno barato en estación central que mañana será entregado a una multinacional para que construír ahí un supermercado.
Una vez me contó que cuando llegaron ahí el piso era de tierra, no tenían baño y que todo lo habían construido ellos mismos. Mi madre recuerda que andaba en triciclo en el patio y que para el 18 curaba hilo con su hermano en ese mismo lugar. Pero lejos, el rincón más místico de la casa era su habitación. Ahí pasó horas hablándonos de la vida hasta que la suya terminó. Cuando descubrió que mi hermana era imbancable decidió sacar sus técnicas de normalista jubilada, la subió arriba de su cama, le compró un cuaderno y un lápiz en el bazar de la esquina y silabario en mano encontró la solución al problema. Tan solo unos días después, la otrora criatura insoportable se transformó en una lectora nata llevada a mágicos mundos por su peculiar profesora, quien logró lo impensado, domar a la bestia.
Por motivos del destino que no viene al caso recordar, yo perdí diez años de su presencia. Pero tampoco fue para mí un fantasma, sino un extraño ángel que llamaba en fechas especiales, me decía princesa y me hacía extraños regalos. Cuando fuí un poco más grande jugábamos a vernos a escondidas y me invitaba a pasar interesantes estadías en su casa en la época estival. Me convencía diciendo que tenía un gran estanque de agua cristalina en su jardín y que si aceptaba quedarme con ella nos podríamos bañar juntas. Después de alimentarme en exceso (siempre me encontraba flaca) me pedía que la ayudara en sus labores domésticas, luego dormíamos siesta y cuando nos daba calor, nos vestíamos de flores y nadábamos eternamente. Una vez hasta conocimos una sirena que nos regaló un collar de perlas a cambio de un abrazo. Las dos la tomamos por la cintura y la abrazamos con fuerza entre risas. Obviamente nuestras aventuras siempre fueron un misterio para todos y prometimos nunca decir que hacíamos en las tardes de verano.
Ahora que se acerca la primavera recuerdo que ella no alcanzó a vivirla. El último día que salió de su casa nevó y creo que se fue con la idea de un eterno invierno. Aquella tarde de septiembre cuando me despedí de ella no dijo nada, ni siquiera me miró. Yo le di un beso en la frente, apreté su pequeña mano, y le di las gracias en un idioma que sólo nosotras entendíamos, el de las sirenas.

No hay comentarios.: