Maruja : Capítulo Uno .

miércoles, septiembre 12, 2007

Era bajita y rubia. Su pálida tez me recordaba esos viejos cuadros de motivos religiosos que evocan el sufrimiento del vía crucis o la asunción de la virgen. Precisamente con ella tenía una dualidad interesante, que iba mucho más allá del nombre que compartían, pues a ambas las envolvía una mística pureza, inalcanzable para quienes no somos más que simples mortales.
Nació en junio, segunda mujer de una dinastía masculina abandonada por los avatares de la vida, cerrando así el ciclo de nacimientos de su generación. A la edad de cuatro años, Dios se llevó a su madre dejándole como único recuerdo de su temprana pérdida una foto de estudio que más bien parecía sacada de una película de guerra. Recuerdo perfectamente la primera vez que ví esa foto. Yo no era más que una niña curiosa y ella una vieja estricta, pero aún así en un ataque de niñez perdida, una tarde me llamó y me contó que la bella mujer que sostenía un ramo de flores en el retrato era el recuerdo que ella más amaba, aunque de recuerdo tenía poco, porque muy a su pesar no la recordaba. Cuando terminó de hablar la miré con ternura y me prometí que la recordaría así, como en esa tarde de confesiones en su habitación y la convertiría en el recuerdo más amado y recordado en mi corazón.
Ella solía colgar en la pared de frente a su cama imágenes inmortalizadas de momentos importantes en nuestras vidas. Creó con el correr de los años una verdadera galería cargada de ceremonias, alegrías, reuniones y ritos. Nos vio crecer en su pared, que para su ocaso ya se había extendido varias cuadras y atravesaba la mitad de las calles del barrio. Si es que queríamos ver la foto de un bautizo o primera comunión debíamos recordar en el lugar exacto de la casa del vecino en que se encontraba. Las fotos de mi primer cumpleaños estaban en el baño de Flora Soto y las del matrimonio de mi primo en la cocina de Don Carlos Morales, el sobrino del alcalde. La foto de su madre era de las pocas afortunadas que aún se mantenían en los terrenos familiares y fue la única que no pudimos sacar al demoler la antigua casa hace un par de días...
En ese preciso instante me di cuenta que ella seguía ahí y que no quería que se llevaran lejos a su mamá, pero nadie me escuchó. Mi tío dio la orden de botar la pared con o sin foto, y mientras los escombros caían frente a mí la sentí apretar mi mano contra la suya con una fuerza desconocida y hermosa. Miré hacia un costado y tratando de adivinar donde podría estar lancé palabras de tranquilidad y consuelo al aire contaminado por el ruido de las máquinas. A lo lejos creí ver una mujer escapando desesperadamente del retrato, e incluso me pareció que me guiñó un ojo antes de desaparecer entre el polvo y los ladrillos, pero como no me caracterizo por mi buena vista, cuando se lo comente a mi madre lo atribuyó a un estado de stress : "estás volviendo a esa vieja y desagradable costumbre que tenías cuando niña", dijo, "Has vuelto a inventar que ves cosas donde no las hay ..."

1 comentario:

my sea dijo...

notable homenaje.

espero ansioso el capítulo dos.


Te amo.


Le hiciste un regalo precioso, no crees??